viernes, 22 de julio de 2011

El derecho a denigrar una religión

ISABEL FERRER 21/07/2011, elpais.com
¿Las críticas a un credo, llevan implícita la discriminación de sus creyentes? - Pese al riesgo populista, manda la libertad de expresión.
En el año 2004, un imán aseguró en Holanda que la homosexualidad es una enfermedad infecciosa. Sin más dilación, acabó ante la justicia acusado de discriminación. Los jueces, sin embargo, resolvieron que hablaba en nombre de sus creencias religiosas y le absolvieron. En aquella ocasión, la libertad de credo fue más relevante que el supuesto trato de inferioridad dado a un colectivo en particular. Y a la falsedad de la afirmación.

Hace unas semanas, otros magistrados decidieron que puede insultarse una religión sin incurrir en delito. Esta vez, el credo era el islam y el que lo ultrajó, Geert Wilders, antiguo liberal convertido en líder de la derecha xenófoba nacional. El tribunal convino que él hablaba desde su condición de político y en el marco de una discusión pública sobre la sociedad multicultural. Aunque había sido "un grosero" y algunas de sus ideas "podrían incitar al odio contra los musulmanes", hacía uso de su libertad de expresión. Como el predicador musulmán de hace casi una década, Wilders fue exonerado del cargo de discriminación. La sentencia también levantó la acusación de incitación al odio.
En su momento, el asunto del imán homófobo avivó la controversia sobre la pérdida de valores, el respeto y la igualdad en una sociedad democrática. Pero la libertad religiosa está amparada por la Constitución en la pequeña, rica y estable Holanda. Así que el eco del fallo judicial acabó diluyéndose. Con Wilders, la reacción ha sido distinta. Para ser exactos, el proceso en su contra ha generado un intenso debate sobre la presencia del islam en las sociedades occidentales que trasciende el ámbito nacional. En 2006, la crisis provocada por las 12 caricaturas de Mahoma publicadas en el rotativo danés Jyllands Posten puso un alto precio a la libertad de expresión. El vigente caso holandés plantea, a su vez, la incógnita sobre el tipo de relación -de contrato social, si se quiere- que debe regir hoy en una Europa donde los ciudadanos musulmanes van camino de la tercera generación.
Desde luego, el líder populista holandés salió exultante de los juzgados de Ámsterdam el pasado junio. Convencido como está de decir "solo la verdad" cuando califica la religión musulmana de "violenta y retrógrada". Su victoria legal reforzó su doble perfil. De un lado, aparece como el abanderado del liberalismo laico que es una de las versiones más reconocibles de la identidad nacional holandesa. Del otro, es el único político capaz de pedir el cierre de fronteras a los inmigrantes musulmanes y de negar la existencia de un islam moderado. "Pero no debemos equivocarnos. En Holanda no está creciendo un populismo antiislámico", dice Hans Jansen, reconocido arabista holandés y testigo en el proceso contra Wilders.
Autor de libros como Islam para cerdos, monos, asnos y otros animales (en alusión a los apelativos usados por dicha religión para referirse a los no creyentes), Jansen asegura que muchos musulmanes critican su religión. "Unos pocos, incluso, han hecho declaración de apostasía". La exdiputada holandesa de origen somalí Ayaan Hirsi Ali, hoy exiliada en Estados Unidos, es la más famosa.
"En una sociedad libre, las críticas a las religiones y sus preceptos son un derecho inalienable garantizado por la Declaración Universal de Derechos Humanos. Lo que ocurre es que el islam y las normas de conducta que impone, entre ellas, la sharia, son ahora contestadas pública y libremente. Eso es algo corriente en el cristianismo, el judaísmo o el protestantismo, casos en los que no se habla de populismo. En el islam, la crítica está prohibida y es castigada con dureza. Es normal que los inmigrantes musulmanes estén asombrados y ofendidos por la expresión de libertad religiosa occidental. Pero en el mundo libre no es delito decir que la Biblia, o bien el Corán, no son la palabra de Dios", afirma el arabista holandés.
A pesar de que Wilders diferencia entre islam y musulmanes en sus críticas, y gracias a ello ha podido eludir la condena, los grupos antirracistas y de inmigrantes que le llevaron a los tribunales se sienten desprotegidos. Su abogada, Ties Prakken, piensa acudir a la Comisión de Derechos Humanos de la ONU porque considera que el político "ha envenenado el ambiente" escorándolo hacia la islamofobia.
Hans Jansen piensa lo contrario. "El juicio fue una prueba para la libertad de expresión. Si llegan a declarar culpable a Wilders tendríamos que haber retirado de las bibliotecas montones de libros con sus mismos argumentos. Lo que la vanguardia política musulmana llama islamofobia no es sino una crítica a los preceptos religiosos. ¿Acaso denominamos papafobia a las críticas contra la doctrina católica sobre los anticonceptivos?", pregunta.
Varios de sus estudiosos colegas son algo más cautos. Ineke van der Valk, experta en ciencias sociales que colaboró con la Fundación Ana Frank y que prepara un libro sobre islamofobia, enmarca el caso holandés dentro del mapa europeo. "No estamos aislados en esta tendencia. Escandinavia, Francia, Austria y Bélgica, entre otros países, viran hacia la extrema derecha y ponen el acento sobre el islam. En Holanda, el debate cultural no parece haber progresado. Este era un lugar abierto a la igualdad, pero acuerdos como el del actual Gobierno [donde liberales y democristianos, que consideran el islam una religión, son apoyados por el Partido de la Libertad, de Geert Wilders, que lo llama ideología] legitiman en cierta forma la islamofobia del líder populista".
"Antes, los partidos políticos se centraban en los valores que podían dar ejemplo", continúa. "Hoy ceden al pragmatismo para no perder votos. Con todo, no soy pesimista. Lo importante es que se vea la diversidad social, también entre los inmigrantes", asegura Van der Valk.
A Peter Rodrigues, catedrático de Derecho de la Inmigración en la Universidad de Leiden, le parece que los cambios experimentados en la última década se notan en la sentencia absolutoria. "La protección contra la discriminación se rige por convenios europeos. La libertad de expresión, por amplia que sea, no debe chocar con nuestras obligaciones legales. Los jueces han analizado a fondo este caso de insultos al islam y han ceñido la libertad de expresión al oficio de político. Pero me sorprende que no hayan contemplado la discriminación por motivo de raza. Porque raza y etnicidad van muy unidas en la comunidad musulmana", considera. Al despedirse, apunta la aparente falta de respuesta de la comunidad musulmana holandesa a los insultos religiosos. "Se explica porque no son un grupo homogéneo y les falta una voz propia".
Halim Madkouri, responsable del programa de Religión e Identidad de Forum, un instituto dedicado al desarrollo multicultural, comparte su opinión. "La gente no reacciona y noto cierta apatía. También hay preocupación y miedo. De momento, prima la confianza de que estamos en democracia y hace falta encajar la presencia de partidos antimusulmanes", apunta. En su análisis sobre la libertad de expresión, Madkouri recuerda que la separación entre la Iglesia y el Estado no es tan radical en Holanda como en Francia. "Los holandeses la implantaron para defender a las minorías religiosas. Antes, los católicos podían hacer muy pocas cosas en esta tierra. Hoy la libertad religiosa parece reducirse. Es aceptable para cristianos y judíos, pero no para los musulmanes".
Si bien los jueces han sido imparciales, Madkouri está seguro "de que hace unos años Wilders habría sido condenado por algunas de sus críticas; en cuanto la economía remonte, no será tan popular", añade.
La misma percepción tiene Atef Hamdy, experto egipcio en el islam radical en Europa y colaborador del Instituto Clingendael de Relaciones Internacionales, de La Haya. "Hace dos décadas, este país ya tenía algunos problemas sociales relativos a la inmigración. Ahora se ha islamizado la percepción de los inmigrantes y se llega al estereotipo. Pero no se puede generalizar. Ya hay segundas y hasta terceras generaciones nacidas aquí. De modo que no es posible reducir los conflictos sociales a la religión o la etnia. La sociedad tiene también su propia responsabilidad", afirma.
Según él, cuando el populismo actual denigra el islam, "explota por igual la ignorancia de los autóctonos y las comunidades vulnerables de inmigrantes". Tanto Hamdy como Madkouri ven "muy delgada" la línea que separa los insultos dirigidos a la religión y a sus creyentes. "Debería primar el concepto de ciudadanía sobre el de identidad, para que todos conozcan sus responsabilidades", sugiere Hamdy.
En su obra El aprendiz de brujo, el politólogo de Ámsterdam Meindert Fennema retrata a Wilders como "un republicano con un aguijón para picar al islam". Su colega Chris Bickerton habla de "guerras culturales que arrasan Europa". Y escribe: "Si el antiislamismo y el rechazo a la inmigración son el complemento del fatalismo actual ante la economía, el Gobierno holandés encaja en la tecnocracia populista. Mark Rutte, primer ministro liberal de derecha, es el tecnócrata por excelencia. Geert Wilders es el populista contemporáneo".
El populismo holandés se declara intolerante con la intolerancia, pero como recuerda el pensador Ian Buruma, "tolerancia no es lo mismo que cosmopolitismo. En una sociedad cosmopolita, alguien con una cultura distinta puede mezclarse en pie de igualdad. En Holanda, es difícil que un inmigrante sea aceptado así. La identidad cultural, que es visceral y no está regulada, no se comparte fácilmente".
"En Egipto, formo parte de la minoría cristiana copta. En Holanda, me encuadran en la minoría árabe", ironiza Atef Hamdy. Su reflexión subraya los errores de percepción y las contradicciones de la presencia del islam en la secular Holanda.

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