Un reto ineludible que está a la vuelta de la esquina: la segunda generación de la inmigración
Barcelona es hoy, en gran parte, el resultado de diferentes flujos migratorios. La ciudad ha vivido en los últimos 10 años la llegada de miles de personas de procedencias y perfiles muy diversos. Una década de acogida de la que, como alcalde, me siento orgulloso porque la ciudad ha demostrado capacidad de adaptarse a los importantes cambios sociales que se han producido. Ayuntamiento, entidades y el conjunto de las administraciones compartimos los enormes esfuerzos que requiere la adaptación de servicios y de mentalidades. Es así como podemos constatar que en Barcelona no se han producido conflictos graves de convivencia. Y así, proactivamente, abordamos la inmigración en la Agenda Barcelona 2020.
Barcelona se quiere cohesionada y rechaza ser una ciudad que haga de la diferencia motivo de desconfianza. El futuro sólo lo construiremos desde la confianza. Ha llegado el momento, pues, de centrar el debate en cómo queremos convivir en una Barcelona que ya es, y siempre será, diversa. ¿El reto? Fortalecer la convivencia y la cohesión, evitando la compartimentación y la fragmentación. Barcelona debe ser un proyecto colectivo compartido por todos y hecho para todos, asentado sobre la base de valores comunes y de nuestro patrimonio cultural. Una ciudad inclusiva y plural, no una pluralidad de ciudades o una ciudad donde unos barrios y unas gentes ignoran o rechazan a otros barrios u otras gentes. No nos lo podemos permitir. Tampoco en términos económicos, porque el reto también pasa por aprovechar las potencialidades de la diversidad en un contexto donde innovación y creatividad son factores de competitividad.
Somos muy conscientes de lo que nos jugamos. Por esta razón hemos decidido dar un nuevo paso adelante: el Plan Barcelona Interculturalidad, presentado ayer y que surge de un año de trabajo intenso en el que han participado más de 3.000 personas, 250 entidades y numerosos expertos y actores sociales. Interculturalidad, ésa es la palabra clave. Ni multiculturalismo segregador, ni asimilacionismo que pretenda negar identidades por decreto. La interculturalidad reconoce la diversidad, pero enfatiza los aspectos que nos unen. Y para ello pone el acento en la importancia de las relaciones, en una interacción positiva que facilite el conocimiento y el intercambio, abordando la resolución pacífica de los conflictos y fomentando un sentido de pertenencia compartido. Barcelona tiene un plan y vuelve a liderar un proceso que necesariamente tendrán que seguir otras ciudades. Planteamos un cambio de paradigma, un nuevo enfoque que ha de hacernos dar un paso adelante y anticiparnos a nuevas necesidades y retos: un paso firme para gestionar lo complejo y convertirlo en oportunidad.
La novedad del plan es su enfoque global y transversal, que incluye actuaciones en ámbitos como la educación o la cultura, pero también en otros menos previsibles, como el urbanismo o la promoción económica. El objetivo es minimizar las barreras que dificultan la socialización normalizada de la diversidad.
Se trata de ofrecer oportunidades para que funcione el ascensor social. Avanzar hacia la igualdad de derechos y deberes. Hacer cumplir las normas de convivencia y reforzar los principios cívicos y democráticos por encima de las particularidades culturales o religiosas. Combatir cualquier discriminación. Conocer y hablar la misma lengua. Evitar la competencia por los recursos. Crear espacios públicos de calidad que generen encuentro y no sean excluyentes. Aprovechar el papel socializador de la escuela, del tejido asociativo, del puesto de trabajo, del deporte, de la cultura, del comercio y de los equipamientos de proximidad como bibliotecas o centros cívicos. Favorecer que las empresas no sólo reflejen la pluralidad social, sino que la sepan aprovechar como valor añadido. Fomentar que las aportaciones culturales se traduzcan en enriquecimiento mutuo.
Las nuevas realidades sociales exigen nuevas maneras de mirar y entender la ciudad. En eso consiste este plan. Y con un reto ineludible que está a la vuelta de la esquina: la segunda generación de la inmigración. Como alcalde no quisiera que alguien pudiera decirme que no se siente partícipe de esta ciudad ni de este país. Barcelona nos interpela y exige tanto como nos ofrece y propone, y lo hace en derechos, deberes y oportunidades. Barcelona nos llama a formar parte de un proyecto que sólo puede ser colectivo, con sus nombres y apellidos, con sus múltiples y siempre personalizadas expresiones. Y el Plan Barcelona Interculturalidad quiere ser una contribución activa para lograrlo.
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