Ya no queda margen para la ambigüedad
El fallo sobre el caso de Cunit parece cerrar un episodio que meses atrás generó cierta inquietud respecto a los límites en el ejercicio de la autoridad en el seno de las comunidades inmigrantes. Lo que pasó merece ser estudiado con detalle, porque pone en evidencia algunas deficiencias de nuestro modelo de convivencia en la diversidad.
Las noticias hablaban de un imán que criticaba a una marroquí por no llevar velo y conducir. Esa imagen simplificada difuminaba las dimensiones más significativas de ese caso. Se presentó como un ejemplo más del papel intimidatorio y represivo que nuestra sociedad atribuye a los imanes, y que la sentencia echa por tierra. En cambio, lo que deja claro, como factor que contribuyó a alentar las coacciones sobre la mediadora Fatima Ghailan, es el abuso de autoridad por parte de dos de los condenados (el imán y el presidente de la comunidad musulmana), que aparentemente echaron mano a su liderazgo para fomentar el descrédito de Ghailan como musulmana y como profesional. Lo que nos hemos de plantear es si se puede aceptar la coacción para reprimir discrepancias en estos colectivos.
El de Cunit también es un conflicto de lealtades, en el que Ghailan tuvo que responder ante su colectivo y ante la institución en la que trabajaba. Ya quedó en evidencia el papel de la alcaldesa Alberich, al interpretar que este era un asunto privado. Y también es un caso de ausencias significativas, en el que las instancias comunitarias y políticas implicadas respondieron con decepcionantes argumentos evasivos. Ya no queda margen para la ambigüedad. Un posicionamiento claro de quienes representan al islam y al colectivo marroquí en Cataluña contribuiría a generar la confianza de que casos como los de Ghailan no se repetirán.
Jordi Moreras es profesor de Sociología en la Universitat Rovira i Virgili y experto en comunidades musulmanas.
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