Enviar a los creyentes a las zonas fantasma no es ni lo más legal ni lo más inteligente
Una noticia que es una punzante metáfora de la crisis que soportamos: los polígonos industriales alejados de Barcelona están vacíos. Es un escenario perfecto para que algún joven realizador filme una película de tonos sombríos sobre los tiempos que nos ha tocado vivir. Leo que estos parques industriales están lejos de las principales vías de comunicación y que se ubican, sobre todo, en el Bages, Tarragona y algunas zonas de Girona. En general, son fruto de iniciativas de ayuntamientos o de la Generalitat, a través del Incasòl, para, en teoría, contribuir a eso que se denomina el reequilibrio territorial. Al parecer, algunos pensaron que las empresas irían encantadas a estos polígonos, pero no ha sido así. Son 502.000 m2de naves repletas de nada que los propietarios tratan de alquilar valorando el suelo a 0 euros para, por lo menos, evitar su deterioro. Este panorama tan poco halagüeño ilustra también lo que fueron, en su día, unos cálculos irreales, bastante frívolos, de nuestros gestores públicos.
El que esté libre de pecado que tire la primera piedra. ¿Cuántos consistorios creían que un polígono industrial sería la panacea? Hubo un momento de tanta euforia que, si una localidad no se inventaba su parque industrial, parecía que renunciaba al futuro y condenaba a sus gentes al ostracismo. Hemos dedicado muchos recursos del erario a planear, ejecutar y ofertar unas áreas que hoy son tristes monumentos a la inconsciencia de una época en la que todo parecía al alcance de la mano. Por otro lado, en algunos casos, estos polígonos no han hecho más que cargarse el paisaje y desdibujar el atractivo de determinados pueblos y comarcas que, hoy, soportan la carga de un feísmo improductivo y suburbial que nada tiene que ver con esos parques tecnológicos de I+D+i que deberían alejarnos de ser otra Eslovaquia y acercarnos a California.
Pero siempre hay quien tiene ideas brillantes. Algunos sostienen que es a esos polígonos donde deben ir a rezar las personas de fe musulmana que no disponen de espacios habilitados y lo bastante amplios en el centro de muchas poblaciones. Lo que debían ser naves para crear empleo acaban como mezquitas desangeladas en las que nadie sabe lo que pasa, un sarcasmo que estalla en la mesa de muchos alcaldes, asesorados en su día por dicharacheros profesionales en atraer riqueza.
Tenemos dos problemas serios y no faltan quienes tratan de solucionarlos juntando churras con merinas. Lo que pasa es que, como advierten algunos expertos, esto de enviar a los creyentes a las zonas fantasma no es ni lo más legal, ni lo más presentable, ni lo más inteligente, aunque haga ganar votos. Cuidado: ciertos imanes están la mar de contentos de que les ofrezcan naves industriales, cuanto más apartadas y cutres mejor, para fabricar así fanáticos en serie, en vez de predicar en paz el nombre de su dios.
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