Unas comenzaron a usarlo después de la primera regla; otras, siendo adultas. Tienen veinte o más pañuelos en el armario; y sí, se pasa calor en verano, pero lo asumen con gusto
Sólo al comenzar las presentaciones con estas seis mujeres nos damos cuenta de que rompen tópicos: tres de ellas son universitarias y una es segundo dan de Taekwondo. Una es soltera, cuatro tienen hijos y una está casada y sin niños. Todas participan en actividades asociativas. Dicen que están dispuestas a hablar de lo que se les pregunte. «Si no, no estaríamos aquí», responde entre risas una de ellas. Las reunimos para hablar sobre su forma de vida y su relación con la religión. Su visión viene a cuento tras las recientes polémicas de Valls y Cunit.
Son un colectivo casi tan grande como desconocido. La mayoría de las musulmanas de Tarragona son de Marruecos. Según el padrón municipal, en 2009 vivían en la ciudad 2.844 mujeres marroquíes. Conforman la comunidad inmigrante más numerosa.
La hora de cada una
El momento en que comenzaron a usar la hiyab, el velo islámico, es algo que tienen bastante presente. Nos explican que las normas del islam dicen que las mujeres deberían comenzar a adoptar este código de vestuario después de la primera menstruación, pero en la práctica esto no siempre es así. Fatima Talidi cuenta que ella comenzó a llevar el velo hace apenas tres años, «así que eso que dicen de presión del marido, no es cierto, porque yo llevo seis años casada con el mío, y cuando comencé a usar el pañuelo fue por decisión propia», señala. Explica que siempre tuvo presente que necesitaba utilizar la prenda para cumplir ‘bien’ con la religión, «era algo que estaba en mi mente».
Para Fatima Bellouati las circunstancias fueron distintas. Esta abogado comenzó a llevarlo a los 19 años, cuando se fue a estudiar a la universidad, a 200 kilómetros de su casa, en un medio en el que el velo ni siquiera era mayoritario. «En mi familia nadie intervino», asegura. A su lado, Alazineb dice que comenzó a los 18, después de una larga preparación religiosa dictada por una señora que iba a su casa a ofrecer sesiones a las jóvenes.
La argelina Kheira Nasri, apodada cariñosamente Dalila, es la vicepresidenta de la comunidad islámica Ar-risala y actualmente realiza un doctorado en el Departamento de Historia Contemporánea de la URV. Su tesis tratará sobre la invisibilidad de la mujer magrebí en Tarragona. Dalila reconoce que los motivos religiosos no siempre son los que impulsan a ponerse el velo. Explica que muchas jóvenes, especialmente fuera de los países árabes, se deciden a usarlo como una manera de reafirmar su cultura, sin que tenga que ver necesariamente con las convicciones religiosas.
Para salir a la calle
Pero, ¿hace calor tras el velo? La misma pregunta se la hicieron a Khadija Lemkhanat, licenciada en estudios islámicos en Marruecos, en una farmacia. Ella respondió que sí, que hace calor, «pero se soporta por amor a Dios». No obstante, sus compañeras matizan que están acostumbradas y que tienen pañuelos de diferentes colores y tejidos para las distintas estaciones del año. Khadija comenzó a usar el velo con 16, entonces su madre no lo entendía y ni siquiera estaba de acuerdo.
Si se les pregunta cuántos pañuelos pueden guardar en el armario les cuesta sacar la cuenta: «catorce, dieciocho, veinte...Suficientes para combinar con cada ropa». Responden con un punto de coquetería.
Y es que la hiyab es una prenda para salir a la calle, aunque también se usa dentro de casa cuando se esperan visitas del sexo masculino. Los únicos ante los que la mujer no tiene que cubrirse son su marido, su padre, sus hijos, hermanos y otros familiares directos. Una de ellas bromea: «¿Quieres venir a mi casa a ver si es verdad que tengo pelo?».
«¿Y cómo hacen para ir a la playa?», preguntamos. Contestan que «es complicado», y es que el Islam no sólo dicta que las mujeres deban tapar su cuerpo, sino que tampoco deberían ver desnudos, o semidesnudos, que es como se baña la mayor parte de los occidentales en las playas. Alguna dice que ha ido a alguna playa apartada con la familia, mientras que otra cuenta que ella lo que hace es que se baña en las noches de verano, cuando ya no hay nadie. «Me baño con mi pañuelo y mi chilaba, y después me cambio de ropa y ya está».
Conquistar con mucha ropa
En este momento surge una pregunta que les arranca varias sonrisas: ¿cómo se hace para conquistar a un hombre estando tan tapada? Dalila se atreve a responder que:«Normal, como todo el mundo... Ellas cinco tienen marido, de alguna forma lo habrán conquistado, ¿no?». Fatima T. aclara un poco más, explica que hay hombres a los que les importa más o menos la religión, «igual que pasa con los cristianos», así que a unos les interesa más que la mujer tenga velo que a otros.
Es la excusa para hablar de la sumisión al marido, una de las sospechas recurrentes sobre la relación de poder entre musulmanes y musulmanas. No están de acuerdo con el tópico, dicen que sí, que hay muchos musulmanes machistas, pero esto no es nada que dicte la religión. Fatima B., que llegó hace nueve meses, aclara que su marido más bien la apoya en todo lo que ella se propone y desde que llegó a Tarragona ya ha hecho tres cursos (habla un buen castellano) y él siempre la ha apoyado.
Dicen que un ejemplo de la consideración que tiene la mujer en el islam es el hecho de que el hombre está obligado a llevar el sueldo a casa, para la familia, pero cuando la mujer trabaja no tiene obligación de rendir cuentas sobre sus ingresos a nadie.
Explica Khadija que lo que sucede es que en el islam el hombre es el equivalente al capitán del barco, que aunque los demás den su punto de vista, es él quien toma las decisiones y debe asumir responsabilidades.
La colaboración en las labores domésticas, dicen, depende de la familia. Aicha Hali dice que si su marido no la ayudara no podría hacer lo que hace, que no es poco. Esta mujer, madre de cuatro niños (a la más pequeña todavía le da el pecho) trabaja y además es presidenta de la asociación de mujeres magrebíes Afanoc. Su día comienza a las 5.30 de la mañana y termina hacia las doce de la noche. Si su marido no la ayudara en casa no llegarían a todo.
Los hijos son muy importantes para ellas, surgen a cada momento en la conversación y cada una ha planificado la familia como le parece. «Si no, ya tendría por lo menos siete», dice una. En principio, el Corán lo que impide es el aborto o la esterilización irreversible.
Aicha, que tiene cuatro hijos, opina que los niños son como los pájaros, que siempre encuentran su nido, así que si los niños vienen al mundo también encontrarán sustento. Aunque el hombre participa, la responsabilidad de la educación de los hijos es de la madre.
Puerta de la discriminación
Cuando se trata de discriminación, Fatima T. puede hablar con propiedad. Ella ha vivido en España con y sin el velo y asegura que se nota mucho en la forma en cómo le tratan. «Cuando te ven con el velo enseguida piensan que no entiendes, que no te enteras de nada y ya no te tratan igual».
Pone como ejemplo lo que le pasó recientemente en una visita al médico. Ella explicó lo que le pasaba a su madre, que tenía un problema de la vista y el médico decía no entender. La enfermera, que también estaba presente, repitió la misma explicación y entonces el médico sí que se dio por enterado.
Son varias las que han sufrido situaciones incómodas con los servicios de salud. Una de ellas espera una intervención quirúrgica y le preocupa la relación que tiene con su médico, «creo que piensa que soy una ignorante», señala.
Y aunque la mayoría de los vecinos no les preguntan por el velo o su forma de vida, a la hora de buscar trabajo sí que es un problema. Aicha dice que son muchas las que prefieren trabajar en labores domésticas para no quitarse el velo. Ella, de hecho, trabaja para una familia, a pesar de tener un título en gestión de empresas.
Ellas mismas sacan la palabra integración, es un tema que se les clava como una espina. Fatima B. toma notas en árabe mientras hablamos: «¿La integración implica que tenga que perder mi identidad y mis principios? Para mí no. Para mí significa que tengo que ser activa y participar en todos los sectores de la sociedad . Para mí es ayudarnos los unos a los otros en lo que estamos de acuerdo y respetarnos en lo que no lo estamos...».
Al final de la conversación les preguntamos si tienen alguna curiosidad sobre cómo vivimos las no musulmanas. La primera pregunta que se les ocurre llama la atención: «¿Tienes religión?, ¿Crees en un Dios?».
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