jueves, 24 de septiembre de 2009

Contribución musulmana a la civilización. Madrid,23/09/2009, islamedia

“El mundo está sostenido por cuatro pilares:
El conocimiento de los doctos, la justicia de los mejores, las oraciones de los virtuosos y el valor de los valientes”.
Esta inscripción se encontraba sobre la entrada de las universidades españolas en la época musulmana. Se observará que la sabiduría viene en primer lugar, lo cual no es sorprendente cuando uno recuerda que el Islam elogia la sabiduría en numerosas aleyas del Corán, manifestando a través de los labios de su profeta que “la tinta del hombre erudito es más preciada que la sangre del mártir y que anima a los creyentes a buscar la sabiduría aunque tengan que ir hasta China para encontrarla”.
Durante varios siglos los musulmanes fueron fieles a este principio de su religión. Según Philip K. Hitti, ningún otro pueblo ha contribuido tanto al progreso humano como lo hicieron los árabes durante toda la primera parte de la Edad Media, si consideramos el término “árabe” en el sentido de todos aquellos cuya lengua materna fue el árabe y no solamente los que vivían en la Península Árabe.
Durante siglos el árabe fue el idioma del saber, de la cultura y del progreso intelectual para todo el mundo civilizado, con la excepción del Extremo Oriente. Desde el siglo IX hasta el siglo XII hubo más trabajos filosóficos, médicos, históricos, religiosos, astronómicos y geográficos escritos en árabe que en cualquier otro idioma.
Sin embargo, para obtener una visión exacta de la civilización musulmana, hay que tener en cuenta que esta civilización no fue creada solamente por los árabes. Era, y sigue siendo, el trabajo de gentes de razas e idiomas muy diferentes unidos bajo el Islam en una comunidad espiritual y supranacional. No es difícil distinguir en la civilización islámica la contribución de cada una de esas gentes al conjunto total. Pero el factor básico, la verdadera esencia de esta civilización, sigue siendo el Islam.
La unidad espiritual se debe al Islam, a su monoteísmo absoluto y firme, del que se derivan las reglas de la vida privada y pública del creyente y las leyes para gobernar la ciudad musulmana.
También se debe en una gran parte a la belleza de la lengua árabe.
Los pensadores griegos afirmaban que, tal y como dijo Sócrates, “no es el nacimiento sino la educación lo que hace al Heleno”.
Cuando hablamos del musulmán creado en el seno del Islam, no se puede subrayar lo suficientemente el papel formativo desempeñado por el árabe, esa lengua fascinante, con toda su maravillosa sutileza y su poder evocativo que, durante cientos de años como el latín en la cristiandad durante la Edad Media, no fue solamente el idioma de la cultura sino también el “de todos los países islámicos”.
Como idioma sagrado, el árabe ha dejado una profunda huella sobre la mayoría de los idiomas de la comunidad musulmana y su predominio durante los siglos en que la civilización islámica alcanzó su máximo esplendor fue tal que Philip K. Hitti tiene razón al decir que: “en el Imperio islámico, cada hombre que profesó la fe musulmana y habló el árabe, era considerado como un árabe”.
En cuanto al papel desempeñado por los árabes en la civilización musulmana, hay que destacar que fue inmenso. Nadie puede negarles la gloria de haber fundado y llevado esta cultura a su más alto esplendor. En efecto, la civilización alcanzó su punto máximo durante los magníficos reinados de Harun ar-Rashid y Al Mamun, a mediados del siglo XI.
España debe a los árabes su prodigioso progreso cultural de los siglos IX al XII, cuando las Universidades musulmanas de Andalucía eran los centros de atracción de la élite intelectual de todo el Occidente. Fueron los árabes quienes llevaron la civilización musulmana desde España a Septimania y de Marruecos a Sicilia e Italia meridional.
Pero, una vez hechos los debidos elogios a los árabes, sería ir en contra de la verdad histórica y además injusto, no reconocer plenamente la extraordinaria contribución de Asia Central, Irán, Turquía y el Imperio Mongol de la India, a esta Civilización.
Es imposible olvidar lo que debe la civilización musulmana a la época selyúcida, a los monumentos artísticos que todavía hoy día se pueden ver en Konya y al renacimiento de Timurid, en Asia Central, en el siglo XV, cuando las ciudades de Samarkanda, Bukhara y Herat, fueron famosos centros del saber y de las letras.
Es igualmente imposible olvidar su deuda con los principados persas de los Sasánidas, los Buyidas, así como con la importante dinastía de los Sejevidas (1.500 a 1.722), que vinieron de Persia y que durante dos siglos revivieron el esplendor de la época de los Sasánidas. Fueron dos siglos que A. Gayot considera como “La Edad de oro en la que el arte persa alcanzó la expresión propia perfecta... la culminación, ese milagro de belleza, equilibrio y delicadeza (el florido final de una exhibición de juegos artificiales)”.
Sería igualmente injusto ignorar, como frecuentemente hacen muchos orientalistas, la importante contribución de los turcos otomanos.
El Imperio Otomano no sólo mantuvo durante varios siglos el poder del restablecido Imperio Islámico, sino que también representó en el siglo XVI a uno de los países más civilizados del mundo.
El monarca más poderoso en el mundo de aquella época, Soleimán el Magnífico, fue también un distinguido poeta y un generoso mecenas de la literatura y de las artes. “Muchos testimonios del alto nivel cultural del Imperio Otomano durante su reinado se encuentran en el desarrollo de las ciencias y el derecho, en el florecimiento de obras literarias en árabe, persa y turco, en monumentos contemporáneos en Estambul, Bursa y Edirne, en el auge de los avances industriales, en la vida suntuosa de la corte de los altos dignatarios, y, por último, pero no de menor importancia, en su tolerancia religiosa. Varias influencias, principalmente, la turca, bizantina italiana, se entremezclan y ayudan a que destaque la época más brillante de los otomanos” (Marcel Clerget: La Turquía, passé el présent, París 1.938).
Para hacernos una idea de la gran estima que tenían sus contemporáneos por las instituciones otomanas, sólo tenemos que recordar el hecho de que el rey de Inglaterra, Enrique VIII, envió una misión a Turquía con el propósito de estudiar la justicia otomana antes de revisar el sistema judicial inglés.
Finalmente, no se puede olvidar que al mismo tiempo el Imperio Mogol de la India estaba dando al mundo el Taj Mahal, cuya belleza arquitectónica nunca ha sido superada, y el Akbar Nameh, de Abul Fazl: “Esta extraordinaria obra, dice Carra de Vaux, llena de vida, ideas y sabiduría, en donde todos los aspectos de la vida son examinados, catalogados y clasificados y donde el progreso continuamente deslumbra los ojos, es un documento del cual la civilización oriental puede estar con razón orgullosa. Los hombres, cuyo talento se encuentra expresado en este libro, se adelantaron a su época en el arte práctico de gobernar y quizás fueron también unos adelantados en sus especulaciones sobre la filosofía religiosa.
Esos poetas y filósofos, saben cómo enfrentarse con el mundo material observan, clasifican, calculan y experimentan. Todas las ideas que se les ocurren están demostradas con hechos. Las expresan con elocuencia, pero también las apoyan con estadísticas”. Y Carra de Vaux termina elogiando los principios de tolerancia, justicia y humanidad que predominaron en el largo reinado de Akbar.
Ficha:
Nombre : Contribución musulmana a la civilización
Autor: Haidar Bamat
Año : 3ª edición 2007
Editora : Asociación Musulamana en España

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